Tomado de: Sinembargo.mx

Mayoría en las cámaras, ¿legal o justo?

Jorge Zepeda Patterson

Pensndolo bien

Opinión  Jorge Zepeda Patterson

Francamente se ve difícil que el INE o el Tribunal Federal apliquen un criterio distinto al que contempla la ley. Y tampoco va a suceder que una fuerza política, en este caso el obradorismo, acceda a renunciar a su ganancia legal en aras del espíritu de la ley.

MOISÉS BUTZE

MOISÉS BUTZE

 

Las versiones catastrofistas que durante cinco años auguraron el inminente fracaso político de la 4T, sin que eso sucediera, ahora anuncian el desbarranco en la transición de poderes entre Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum. Se afirma que al imponer a rajatabla su reforma judicial y algunas otras en septiembre, cuando se instale la nueva legislatura con mayoría calificada, el mandatario busca no solo imponer su voluntad, sino también dejarle un país envenenado a su sucesora. Las razones que se argumentan para esta tortuosa versión varían de uno a otro columnista o comentarista. Desde quien la atribuye a una razón ideológica, es decir, que el gobierno de Sheinbaum nazca impotente y no pueda correrse hacia el centro ni revertir la impronta de López Obrador, hasta quienes lo atribuyen a una psique enfermiza que, en el fondo, desea el fracaso de su sucesor para que nadie haga sombra o supere su éxito político.

Entiendo que son explicaciones terapéuticas para paliar el mal sabor de una derrota: la posibilidad de que algo eche a perder el triunfo del gobierno de la 4T. Se afirma, incluso, que López Obrador está a punto de cometer el mismo error que Carlos Salinas, quien por orgullo y ego decidió no devaluar el peso mexicano y le dejó una bomba de tiempo a su relevo, Ernesto Zedillo, a fines de 1994. El llamado error de diciembre, una crisis de los mercados financieros en contra de la moneda, apenas unos días después de la toma de posesión. Eso supuso la ruptura entre los dos mandatarios, entre mutuas acusaciones, y sentó las bases para la derrota del PRI seis años más tarde. Una explicación cuyo traslado a esta transición me parece más el resultado del deseo y la impotencia que del análisis. En todo caso, producto de los que no se han cansado de equivocarse, entre otras razones porque no conocen de qué están hechos ambos, López Obrador y Claudia Sheinbaum.

Escribo este texto antes de saber el tono y contenido de la comida realizada entre ambos este lunes, pero tampoco hace falta. Si bien sus estilos son muy diferentes, resultado de trayectorias y personalidades distintas, coinciden en lo esencial. Las banderas son las mismas, pero ambos entienden que 2018 y 2024 remiten a momentos con su propia peculiaridad. López Obrador se inclinó por Claudia Sheinbaum no porque creyese que ella iba a ser una discípula incondicional y copia carbón de sus deseos, sino porque era la mejor apuesta para conducir al movimiento en una “segunda temporada” que, necesariamente, era distinta a la primera. Se necesitaba de alguien que presidiera una especie de corrimiento hacia el centro sin descuidar los ideales de la causa. Hace más de un año López Obrador señaló, y lo ha repetido, que su sucesor sería una versión más moderna, menos beligerante, más conciliadora. Entiende claramente que a él le tocó poner los cimientos de la obra negra, a tirones y jalones, y que los retos que vienen exigen otras cualidades del ingeniero de la obra.

López Obrador está convencido de que la reforma judicial es necesaria para que el gobierno de Sheinbaum no sea obstaculizado como lo fue el suyo. Algo en lo que está de acuerdo Claudia, aunque ella puede estar más temerosa de la repercusión inmediata que genere en la opinión pública y en los mercados. Una preocupación de la cual López Obrador no está exento: basta ver el cuidado con el que operó en materia de finanzas públicas para no arriesgar la estabilidad financiera y la fortaleza del peso. Así, pues ambos valorarán y decidirán en consecuencia.

Es decir, lo que vaya a suceder lo van a acometer de común acuerdo. Si coinciden en la urgencia de alguna de las reformas en puerta, ponderarán el mejor momento para hacerlo. En algún caso que consideren imprescindible puede ser más útil que el costo político corra a cargo del mandatario saliente, para que el entrante haga control de daños y los apaciguamientos necesarios. Policía bueno y policía malo. En otros casos, pueden considerar la necesidad de un largo proceso de discusión que incorpore puntos de vista de otros protagonistas de la vida pública y, en esa medida, resulte menos desestabilizante. Eso supondría “patear el bote” y meterlo a la agenda del próximo sexenio.

Lo que no habrá es pleito entre ambos. Se guardan respeto y admiración mutua, y son conscientes de la naturaleza distinta de los dos momentos que habrán de gobernar. No descarto que segundas filas asuman el relevo como una competencia entre dos equipos, lo cual es hasta cierto punto inevitable. El de Claudia tiene como prioridad montar las bases del crecimiento y el aprovechamiento del nearshoring para generar la prosperidad, con derrama social, capaz de impulsar el bienestar de las mayorías. Puede ser el Cantarell del próximo sexenio, dijo una de las colaboradoras de la presidenta. Al equipo de López Obrador, en cambio, le tocó el “asalto al poder” y las exigencias fueron diferentes. Muchos de ellos tomarán posiciones menos protagónicas o ninguna en esta segunda versión. Dudas y reclamos son naturales. Pero no cuenten con López Obrador para alimentarlas.

El Presidente es un hombre con muchos matices, pero es un profundo conocedor de la política real. Sabe que el legado de su gobierno depende en buena medida del éxito de su sucesor. O para ponerlo en otros términos, entiende que un fracaso de la primera presidenta de México será atribuido, de una manera u otra, al fundador del movimiento. Es el menos interesado en minar el arranque del próximo sexenio.

Justo por eso es que el tema de las reformas en septiembre no es un choque de trenes entre el que se va y la que viene, sino una valoración entre la utilidad de esas reformas, incluso para la propia administración de Claudia y la manera menos crispante para introducirlas. Lo demás es mera especulación de amarra navajas y profetas de mal agüero, urgidos de algo que alivie el desconsuelo de la derrota.