El nuevo orden mundial

Leonardo Kourchenko

La Aldea

En el nuevo orden mundial que Donald Trump pretende construir le ha ofrecido ya concesiones y beneficios ilegales a Rusia para concluir el conflicto

La disruptiva llegada de Donald Trump a la presidencia, su acelerada emisión de órdenes ejecutivas que apuntan a un gobierno por decreto, prefiguran el tono autoritario, impositivo de un presidente que desprecia profundamente a la ley y al aparato institucional.

Para quienes afirman, ingenuos, que es solo su típico discurso vociferante para provocar reacciones y espectáculo mientras se ocupa de lo que verdaderamente le importa, los negocios, que no los estadounidenses, me parece que ya hay signos muy elocuentes del rumbo que tomará el mundo.

Comparto con ustedes algunas premisas muy sólidas, producto de la evidencia.

1. El desmantelamiento de la democracia liberal. Trump ha empoderado a Elon Musk para poner en práctica una serie de medidas que rompen el orden institucional al interior de los Estados Unidos. No solo por tratarse de un empresario con fines mercantiles y económicos muy claros, sino porque además carece de toda formación como servidor público o funcionario de carrera (aplica a Trump, pero también a Musk). Entregarle acceso al servicio de pagos del Departamento del Tesoro, a los registros fiscales de organizaciones y empresas americanas, dinamita la estructura imparcial del gobierno y del Tesoro de los Estados Unidos.

Atacar a los jueces, despedir empleados del gobierno federal, eliminar dependencias y agencias de desarrollo internacional (USAID), eliminar el Departamento de Educación Federal (aun en debate) apunta a la obsesión de los hipercapitalistas por reducir el gobierno a su mínima expresión.

Pero con ello, destruyen instituciones y estructuras de la democracia liberal que sostenían equilibrios, contrapesos y balances para evitar el capitalismo atroz.

2. El regreso al imperialismo colonial. Las amenazas y advertencias a Dinamarca por el caso de Groenlandia, o a Panamá por el canal, y más recientemente por la expulsión de palestinos de su tierra (Gaza), no son arrebatos descabellados de un líder nostálgico por un poder perdido. Se trata de las ambiciones sustentadas de un megalómano que pretende imponer un estilo imperial de alianza solo con los grandes y poderosos: Rusia, China, tal vez la India.

En este escenario, el gran perdedor es Europa, cuyos valores y principios democráticos, esforzados y con enormes batallas internas en múltiples países, pero con un respeto al Estado de derecho y a los equilibrios institucionales.

No tendrán casi nada que compartir la Unión Europea y los Estados Unidos en los próximos años.

3. El retorno al mundo dividido en bloques y regiones que imponen sus criterios y reglas, porque son los grandes y los poderosos. La guerra comercial afectará especialmente a los de menor tamaño y envergadura. México y Canadá encontrarán algunos caminos para negociar y ejercer una mínima presión, que por supuesto parezca colaboración y no desacato.

En el nuevo orden mundial que Trump pretende construir, le ha ofrecido ya concesiones y beneficios ilegales a Rusia para concluir el conflicto. La gran perdedora será Ucrania, por supuesto. Rusia se alzará con la victoria a pesar de sus derrotas en el campo de batalla y de la heroica defensa ucraniana. El simple apoyo de Washington y la repartición de tierras inclinarán la balanza a favor del invasor, del criminal y del asesino.

Europa, tristemente, tendrá poco o nada que decir ante la evidente necesidad de no confrontarse con los Estados Unidos.

China moverá sus piezas, con la inteligencia y el equilibrio ancestral que la define. Su principal abogado será el propio Putin —criminal de guerra y tirano en su tierra— que se convertirá en el mejor amigo de Trump y de Xi Jinping.

En este escenario, todo atropello al derecho internacional podrá ser justificado como la defensa soberana de sus intereses, argumento maniqueo, tramposo y claramente nacionalista.

Los únicos contrapesos de los siguientes años podrán ser —para ironía capitalista— los propios mercados internacionales. La pronosticada inflación que puedan provocar sus aranceles, el descontrol interno al ahondar las diferencias económicas entre diversos segmentos de la población. Si la economía de Estados Unidos no registra los avances, progresos, crecimiento y derrama que beneficie a toda la población, su discurso imperial podría ser el más efímero de la historia.

Si su disminución de impuestos, sus batallas legales contra Estados de la Unión y su músculo para atraer a empresas del exterior fracasan, entonces el señor Trump repetirá en buena medida los pingües resultados de su primera administración.

Pero si consigue maniobrar esos contrapesos, el mundo tendrá un viraje