Javier Corral: ‘el que no llora, no mama’
«El modelo partido-movimiento tiene en estos días un par de ejemplos que lo evidencian todo».

«Hay una expresión en el nuevo senador morenista que llamó mi atención: ‘Ya di mi dosis de disciplina partidista'». Foto: Cuartoscuro
Al inicio de la campaña de Andrés Manuel López Obrador por la Presidencia del Comité Nacional del Partido de la Revolución Democrática, en 1997, hubo una polémica interna que parecía poca cosa pero que, a la postre, se fue significando por sus consecuencias.
López Obrador postulaba la idea de “partido-movimiento”, con lo que sugirió un proceso caracterizado por un par de propósitos: uno era acumular fuerzas a como diera lugar, y segundo, hacer blandengues los prerrequisitos que le dan contenido a lo que realmente es un partido político: un programa, una línea política clara y precisa, y una normatividad institucional que establezca derechos y obligaciones a una militancia que queda englobada en una visión de realidad, que a la vez que incluye a quienes deseen adherirse, excluye a quienes no asumen los compromisos que entraña una militancia de este tipo.
Para López Obrador la maleabilidad del partido se llamaba “partido-movimiento”, y entonces las puertas del PRD quedarían abiertas de par en par, para que sin requisito alguno a satisfacer se pudiera pertenecer, fuera cual fuera el motivo que alentara la incorporación.
Así llegaron al partido personajes como Ricardo Monreal, que había acusado, entre otros, al partido del sol azteca, de dar un “golpe de estado” en 1997 con motivo de la histórica derrota que sufrió el PRI, al perder la mayoría absoluta en la Cámara de Diputado del Congreso de la Unión. A partir de ahí, gente del pelaje de Monreal empezó a poblar al PRD.
Gómez Álvarez, como sabemos, al final arrió banderas. López Obrador, a su vez, después de usufructuar al PRD, optó por fundar su propio partido-movimiento, es decir, MORENA; y entonces, bajo la divisa mesiánica de que todo mundo se puede purificar, llegaron los Bartlett, los Ovalle, los Espino, los Adán Augusto, y en la más reciente etapa, el clan de los Yunez.
El modelo partido-movimiento tiene en estos días un par de ejemplos que lo evidencian todo. Así como los Yunez, sin ambages ni sonrojos, transitan desde el derrotado PRI, pasando por el PAN, quienes ahora son prominentes morenistas, porque así decidieron afiliarse en la campaña corporativa de “Andy” López Beltrán, gentes como Javier Corral, que se ampara en el movimiento y hace profesión de fe en favor de la presidenta Claudia Sheinbaum, para explicar su trasiego de Acción Nacional al morenismo. Cree que así limpiará su trayectoria bien ganada de traidor, de esos que llaman “por naturaleza”.
Hay una expresión en el nuevo senador morenista que llamó mi atención: “Ya di mi dosis de disciplina partidista”. Con ese argumento declinó afiliarse formalmente, pretendiendo confundir a la opinión pública que él no es de MORENA, aunque realmente ya forma parte. Pero todavía más: ¿quién estipula que hay “dosis de disciplina partidaria”?, ¿acaso los partidos son una especie de convento, rígida confesión, o algo así?. Basta con hacer una breve reseña de la vida partidaria de Corral para examinar esa “dosis”.
Corral, al amparo del PAN y de los padrinazgos de Luis H. Álvarez y Francisco Barrio, ha sido diputado local en Chihuahua, dos veces diputado federal, dos veces senador, gobernador del estado, lo que da un conjunto da 26 años, prácticamente la mitad de su vida, y esto permite preguntarnos cuál sería la motivación de esa “disciplina”: estar en el poder, en la nómina, siempre afuera de los ciudadanos.
Conservo en mis archivos la información que describe cómo se autoindemnizó después de ser diputado local, por primera vez (1995). Exhibe antecedentes de su adicción por la empleomanía, a la que se refirió Mora en el siglo XIX.
El hecho es que estamos en presencia de un político, como tantos hay, que no se entiende si no es por su conexión permanente con el poder. En otras palabras, político profesional a sueldo, cosa que hubiera detestado el que fuera santón de Corral, Manuel Gómez Morín.
Javier Corral, cuyo gusto por el discurso ampuloso encontraba expresión en citas del tango Cambalache, quizá profetizando, en una vuelta de tuerca del destino y para sí mismo, una de sus estrofas: “…el que no llora, no mama».